Written by 3:47 am Norteamericana, Poesía

Premio Pulitzer de Poesía 2023

Carl Phillips

 

Nació en Everett (Estado de Washington) en 1959. Graduado de Boston University, University of Massachusetts Amherst y Harvard University, Phillips enseñó latín durante ocho años en una secundaria. Actualmente se desempeña como profesor de inglés en la Universidad de Washington en St. Louis. En 2023, su libro Then the War: And Selected Poems, 2007-2020 [Entonces la guerra. Y poemas selectos, 2007-2020] obtuvo el Premio Pulitzer. Los tres poemas que hoy publica Abisinia Review fueron tomados de Then the War y traducidos al castellano por Miguel Falquez-Certain.

 

 

 

 

No alzó la mano ni la voz

Puede ser. O tal vez, al fin y al cabo, sólo sea un recuerdo que transforma
a algunos hombres en banderas (desde la posesión hasta la conquista
hasta Aquí me detuve a descansar, una vez, pero no pude quedarme) mientras
otros, años más tarde, más allá de los errores
………………………………………………………..por lo demás cometidos,
se convierten en nortes en los que aún podemos confiar a medias, sus
cuerpos un bosque cuando se miran desde el aire en una avioneta,
de suerte que es posible acercarse lo suficiente para ver dónde los robles
dan paso a los álamos, o dónde los pinos, si los seguimos
lo suficientemente lejos, se abren hacia un campo al final del cual
podremos ver el mar: no hubiéramos podido encontrar el camino

………………………………………………………..………………..hasta aquí sin ellos;
en cuyo caso, ¿en qué consiste el error, a estas alturas, y en qué
la enmienda? Anoche, un amigo me preguntó si podría decir, incluso
grosso modo, con cuántos hombres me había acostado; cuando, al no poder,
entré en pánico, me aseguró que mi situación no es atípica.
Esta noche no estoy

……………………………….tan seguro. El Señor no permitirá que la tentación sea mayor
de lo que cada quien pueda soportar, dice mi padre, durante la llamada telefónica
semanal en la que intento limitarme a un solo trago (una forma,
supongo, de quizás mantener la práctica cuando se trata
de moderación). Esta vez, no le contradigo sus creencias;
si puedo concederle

……………………………….algo tan nimio, ¿por qué no habría de hacerlo? Si digo que
la concesión se siente, increíblemente, justo antes de otorgársela, como
si fuera amor, no diré más. Sucedió; y ahora ha terminado. Se desplazaban
juntos en grupos y de uno en uno. Se desplazaban entre los árboles
como entre las partes de un idioma que habían olvidado que sabían.

 

 

He Didn’t Raise Hand or Voice

Maybe so. Or maybe it’s only memory, in the end, that turns
some men into flags – anything from ownership to conquest
to Here I stopped to rest, once, but I couldn’t stay – while
others, years later, past the otherwise
……………………………….……………………………….mistake of them,
become reliable compasses we still half hold on to, their
bodies a forest when seen from the air in a small plane,
so that it’s possible to get close enough to see where the oaks
give way to poplar trees, or where, if you follow the pines
far enough, they open out to a field across which you can see
the ocean, we couldn’t have found our way here

……………………………….……………………………….……………..without them:
in which case, where lies mistake, at this point, and where
revision? Last night, a friend asked if I could say, even roughly,
how many men I’ve ever slept with; and when, unable to,
I panicked, he assured me my situation is not uncommon.
Tonight I’m not

……………………………….so sure. The lord gives to each of us only what
we can bear, says my father, during the weekly phone call
where I practice limiting myself to a single drink – one way,
I guess, of maybe keeping my hand in when it comes
to restraint. For once, I don’t push back at him, his faith;
if I can give him

……………………………….that much, why shouldn’t I? If I say the giving
feels, impossibly, just before I let go of it, almost like love, that’s
all I’m saying. It happened; and now it’s over. They moved
together in groups, and singly. They moved among the trees
as among the parts of a language they’d forgotten they knew.

 

 

 

Entre los árboles (fragmento)

Mis primeros recuerdos de árboles son de una higuera específica en el patio de la primera casa que recuerdo, en Portland (Oregón). Tenía cinco años como máximo. A veces, lo que recuerdo es estar jugando bajo su sombra y, en otras ocasiones, a las abejas que parecían florecer desde el interior de los vientos (aunque ahora parece haber sido menos el viento el que tumbó la fruta, sino el peso de la madurez misma, como si la dulzura, demasiada dulzura, quisiera decir error, castigo por lo tanto); durante horas, observaba cómo las abejas entraban y salían de los costados abiertos, y cómo los higos se veían solitarios, después de que las abejas se marcharan, como si ser saqueados significara al menos no estar solos. . .
Una noche, en lugar de regresar a casa cuando me llamaron, me trepé a la higuera, con tan sólo camiseta y calzoncillos puestos. Parecía un juego, estar trepado en el árbol y que mis padres no pudieran encontrarme, gritando mi nombre mientras caminaban de un lado al otro por el patio. Y entonces, por alguna razón, me caí y luego de repente se interrumpió la caída: mi calzoncillo se había quedado atrapado en una rama, evitando que me estrellara contra el suelo, pero sosteniéndome en el aire, sin que pudiera bajarme. Como yo lo recuerdo, mi madre le dijo a mi padre que buscara una escalera.
Lo que recuerdo nítidamente es que mi padre dijo que debería quedarme colgando del árbol un rato más, para que aprendiera a no desobedecer a mis padres.
No encuentro ninguna prueba, en mis sesenta años de conocerle, de que mi padre esté particularmente atento a las resonancias históricas en lo que respecta a nuestras vidas cotidianas; sin embargo, no puedo evitar pensar acerca del lugar que ocupan los árboles en la historia de los afrodescendientes, como el lugar donde ocurren los linchamientos. Qué extraño que mi padre, un afrodescendiente, piense que un castigo adecuado sea dejar a su hijo colgando de un árbol durante la noche.
El primer recuerdo que tengo de una humillación es de una higuera específica en el patio de la primera casa que recuerdo. ¿Quién puede decir lo relacionado que esto esté con mi rechazo, toda mi vida, a creer que el perdón exista?

 

 

Among the Trees (fragment)

My earliest memories of trees is of a particular fig tree in the yard of the first house I remember, in Portland, Oregon. I was five, at the most. Sometimes what I remember is playing in the shade of it, and at other times the bees that seemed to bloom from inside the windfalls—though it seems now to have been less the wind that brought the fruit down but the weight of ripeness itself, as if sweetness, too much sweetness, meant mistake, punishment therefore; for hours, I’d watch the bees enter and leave the split-open sides, and how the figs looked lonely, once the bees had gone, as if to be plundered meant at least not being alone …
One evening, instead of coming inside when called, I climbed the fig tree, wearing only a tee shirt and underpants. It seemed like a game, to be up in the tree, and my parents not able to find me, calling my name as they wandered the yard. And then somehow, I fell, and then suddenly stopped falling: my underwear had caught on a branch, saving me from hitting the ground, but holding me in midair, unable to get down. The way I remember it, my mother told my father to get a ladder.
What’s very clear in memory is my father saying I should hang there in the tree for a bit, to learn a lesson about disobeying my parents.
I find no evidence, in my sixty years of knowing him, that my father is particularly attentive to historical resonances when it comes to our daily lives, but I can’t help thinking about the place of trees in African-American history, as the site for lynching. How strange for my father, an African American, to find it a fitting punishment to leave his son hanging in a tree at night.
My earliest memory of humiliation is of a particular fig tree in the yard of the first house I remember. Who can say how related this is to my refusal, all my life, to believe forgiveness exists?

 

 

 

En cualquier lugar como la paz

Él se desabotona la camisa, nunca antes nos habíamos conocido, dice
que soñó anoche conmigo. Un buen sueño, me dice;
uno fuerte, queriendo decir que yo era fuerte, y que por primera
vez en años, por lo visto, se sintió completamente seguro. Confundir
catarsis con conclusión no es nada nuevo, en un principio
quise decirle, pero
……………………………….un asomo de ternura en su rostro provoca
una ternura en mí que, normalmente, no muestro; por el contrario, hace
que me quiera recostar con fuerza contra su pecho, esa parte donde los vellos
(apenas perceptibles, inmóviles, como si aún se estuviesen poblando)
parecen dos alas situadas donde no deberían estar, pero adrede,
de modo que el vuelo significa por una vez no ver la tierra alejarse,
sino al cielo acercarse paulatinamente, permitir que el cuerpo
……………………………….……………………………….……………………….se aproxime. . .
¿Alguna vez dejaré de querer más de lo que ya tengo?, solía preguntarme,
sin darme cuenta todavía que todo eso, en última instancia, es la ambición;
pensé que la humildad sería una cosa más pequeña, una cosa
más tranquila, aunque al parecer también me equivoqué en eso. No puedo
decidir si sólo se deba a que ahora soy mucho mayor, o si siempre
fue verdad, que la frondosidad invernal
es la frondosidad más bella.

 

 

Anywhere Like Peace

He’s unbuttoning his shirt, we’ve never met before, he says
last night he had a dream about me. A good dream,
he tells me; a strong one – meaning I was strong, and that for the first
time in years, apparently, he felt completely safe. To confuse
closure with conclusion is nothing new, I at first
want to say to him, but a
……………………………….shadow-softness to his face brings out
a softness in me that I don’t show, usually, it makes me
want to lean hard into his chest instead, the part where the hair –
faint, still, as if still filling in – looks like two wings
positioned where they shouldn’t be, but on purpose, so that
flight means for once not seeing the earth fall away, but the sky
getting steadily closer, let the body
……………………………….……………………………….…………..approach…Will I ever
stop wanting more than what I’ve already got, I used to wonder,
not realizing yet that’s all ambition is, finally; I thought
humility would be a smaller thing, a quieter
thing, it seems I was wrong about that, too. I can’t
decide if it’s just my being so much older now, or if it’s
always been true, that winter foliage
is the prettiest foliage.

 

 

Carl Phillips nació en Everett (Estado de Washington) en 1959. Graduado de Boston University, University of Massachusetts Amherst y Harvard University, Phillips enseñó latín durante ocho años en una secundaria. Actualmente se desempeña como profesor de inglés en la Universidad de Washington en St. Louis. Autor de dieciocho poemarios, Phillips ha resultado finalista cuatro veces del National Book Award y obtuvo el Kingsley Tufts Award en 2002 y el Jackson Poetry Prize en 2021. En 2023, su libro Then the War: And Selected Poems, 2007-2020 [Entonces la guerra. Y poemas selectos, 2007-2020] obtuvo el Premio Pulitzer. Los tres poemas que hoy publica Abisinia Review fueron tomados de Then the War y traducidos al castellano por Miguel Falquez-Certain.

La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de una obra del artista colombiano © Fercho Yela

 

año 3 ǀ núm. 17 ǀ julio – agosto – septiembre  2023
Etiquetas: , , , , , , , , , Last modified: octubre 8, 2023

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