Juan José Rodinás
El mundo entero pareciera que cabe en la gigantesca bolsa de experimentación de la poesía y es, justamente, esa impresión la que nos cala al leer la palabra de Juan José Rodinás, donde el cine, el anime, la música, el graffiti, el viaje, la urbe y el hombre moderno hierven a 100 grados. Juan José Rodinás nació en Ambato, Ecuador, en 1979 y ha obtenido numerosos premios, entre los que destacamos, el Premio de Poesía Casa de las Américas 2019.
Biografía para Freddy Mercury dentro de un cuadro de Caspar David Friedrich
(¿Por qué no existe un punto del espacio-tiempo donde el espacio es tiempo y viceversa?)
1. Un micrófono girando
en un teatro de Manchester contiene
un aguijón de niebla
que baja hasta el surco exterior
de un acetato viejo:
los discos de mi adolescencia
sobre el cuadro de un pintor romántico,
las tiendas de los años ochenta,
sobre la piedra, tu pie, la mansedumbre:
desde el silencio
viene el rock
de la isla demente.
2. Y podrás caminar,
sobre una avenida llamada Rapsodia Bohemia,
sobre el mar sin esquinas,
tu mirada,
tu voz en Knebworth Park,
el último concierto,
sobre el mar de las estrellas,
Londres,
un cabaret flotante,
la lluvia de invierno, las ruedas moscovitas,
una red de pescar una estrella medusa,
una galaxia sobre el agua del Támesis,
cabaret de la lógica tu voz de ángel melancólico,
giran las amapolas de agua sobre una bota de cuero
estás en un lienzo imposible,
(en el lienzo amarillo usas tirantes y bigote),
fiel a tu propia vida,
fiel a tu propia vida paradoja, cantas
“nothing really matters” ante el flujo del Mercy
y el cielo deja caer los frutos del no árbol
sobre el viajero de espaldas, el no rostro,
sólo el paisaje pesa lo inhumano
entre acantilados de discos partidos y ciruelas.
3. Los ojos de Mercury son Chevrolets descapotables.
Los ojos de Mercury recuerdan
la luz de un cometa disuelto en una copa de martini.
En este pueblo hay 2 tipos llamados Farrokh Bulsara,
pero ninguno se llama Freddie Mercury.
Freddie no dijo, pero pudo decir:
“sólo amo lo que sabe bailar”.
4. Vestida con peluca rosa, va tu voz, Freddie,
al interior de un auditorio con olor a hachís, va tu voz de azúcar y cerveza,
-el concierto en Hyde Park, 77, pequeña tienda del verano-
pólvora de amapolas desde una escopeta
o un colisionador de hadrones
(que dispara)
contra un mural de hielo.
Llevas un arlequín de malla (negro, blanco),
inspirado en un traje de Nijinsky.
Sin embargo, un bastón italiano,
te guió en el ascenso al cielo de los músicos.
(Mi realidad, Orfeo Mercury,
es el infierno lluvioso de una calle quiteña).
Por eso, peldaño por peldaño,
entre cardos y espinos de Glastonbury,
los chicos que juegan con motos y chaquetas de cuero,
-un par van al gimnasio-
bailan esta noche contigo: escuchan, bailan
la estrella del ser que va a morir.
Los signos de tu vida
son caballos de fuerza que ruedan y devoran la noche de la ópera.
Junto a un Studebaker de los años cincuenta,
(que no manejas nunca)
te encuentras solo, Freddie.
Vas por la montaña (tus zapatos dividen varios nidos de niebla),
caminas entre la multitud,
como un mesías de la música sobre las aguas ligeras del aplauso,
entre los fans, la fiesta y el cielo interrogado.
El último canto de la vida es la vida al interior del canto-
más que pensar, sientes,
una aguja de morfina como un mar que reposa
debajo de la sangre: haces
muy frágil tu último segundo:
(el resplandor del hueso
y el silencio de unos casetes abandonados).
De Un hombre lento (Salamanca, 2019)
Banksy en Miyasaki
(¿Desde cuándo mi vida es un anime con números y letras?)
mi “kokoro” en Miyasaki
1. El Castillo Ambulante es mi corazón
Una niña de lentes lleva un globo azul.
Lo ata a un clavo que sobresale de una silla
y,
sobre los muros de un castillo mecánico,
ella escribe:
“todos me abandonaron, pero este vacío es mi casa”.
Aquí
sólo es posible una lata de aerosol
que dibuja centenares de niños volando por el cielo.
Sin embargo,
el virus de la antirrealidad destruye este barrio pequeño.
Bristol es un globo de cristal escarlata:
las ventanas vuelan como navajas a los cielos.
Una granja industrial es mi rostro en la nieve.
Una niña de lentes es la libélula que aprieto entre mis dedos
y sus cápsulas para dormir son universos en mis ojos.
Un parque es un viejo subibaja donde mis pies evitaban la muerte.
Crecí. A veces lejos de mí (de lejos)
en la contracción
(en la oscuridad me contraía).
Pero también respiraba,
entre llanto y estrella,
entre grumo y galaxia,
yo respiraba mi construcción,
mi devoración:
abrí los objetos en ríos
y las puertas en puertas.
Lejos de mí,
entre llanto y estrella, yo me oía,
entre grumo y galaxia,
también
me susurraba.
2. El Viaje de Chihiro (Watanabe)
Una estrella pregunta si la observas,
pero nunca responde.
¿Eres un niño abandonado que pinta en los muros del mundo las haikus de la noche?
¿Eres un globo rojo liberado en el cielo?
Aquí se borra. Aquí mi globo rojo está borrado.
Mi regreso a todas las infancias
donde crecer es llorar bajo los cactos del desierto.
Si el correcaminos muere en la mente del coyote,
el coyote ya no tiene camino.
La vida: un galpón lleno de niños acostados
luego de un bombardeo.
Mi rostro es mi casa sin padre.
Yo estoy allí, hostil, pero ligeramente quieto.
Tras la cinta que rodeaba los ojos destrozados
está la mano borrando un círculo de nieve
donde alguien abandonó una cebolla negra.
Dentro de mí, he perdido la vida. He perdido lo único que no tenía.
Un globo rojo es la noche que muere: esa flor inhumana.
3. La princesa Mononoke
¿Estás listo para seguir el camino que predijeron las piedras?
No olvides que la cicatriz crece si la ira crece.
Un jabalí es un ser triste: de él sólo conocerás su odio y su dolor.
De mí, en cambio, sólo conocerás el dolor.
Un cóndor
en el sueño
de una niña
con su globo rojo.
Un simio
quiere destruir simios
para obtener
su fuerza.
No preguntes si son dioses antiguos del bosque del dios ciervo.
No sé cómo llegué hacia mis manos.
No sé cómo me derribaban.
Un copo de nieve
sobre los detalles que no se indican en tus mapas:
yo me vendo los ojos,
dentro de mí hay una piedra envenenada,
yo defiendo mis pérdidas.
Poema de amor de un Banksy ligeramente solitario
Alguna vez dormí en la mano de una mujer pequeña.
Ella me dijo: “todo se trata de cambiar de canción”.
Ella me dijo: “todo se trata de girar el sentido del universo, amor mío”.
Entonces, puse “November Rain” de Gun’s and Roses en el IPOD
y dormí en la mano de la chica de ojos de mapache y le conté una broma.
(Su corazón era un pulpo negro en una pecera de aguardiente).
Me dijo: “Has llorado, Juan, en los ríos que crecen
y corren, crecen, desde tu corazón hacia tu corazón sin manos”.
O quizás dijo: “Eres tonto porque vas a creer todas las mentiras que te diré yo”.
Era otro tiempo, pero en verdad, crecían noches y galaxias en los senos
de una muchacha diminuta. ¿Por y para qué te amé tanto?
No sé resolver esto:
el fuego crece
para no decir
“quién me amó
no me amó en realidad”.
Así me preguntaba,
“piénsalo
una muchacha no me amó
y no sé decirlo”.
Una muchacha dijo
“No sé darle la vuelta a los paisajes
donde los fuegos artificiales comunican
el vacío de todas las cosas de la tierra:
La ignorancia que necesito para creer en alguien”.
(El lenguaje solo señala
que se vacían las jarras
y que, sin embargo, puedo beber de ellas).
Nada comunica,
pero volveré
al sueño de las estrellas,
(que eran pesadillas):
estrellas que sueñan
el sueño del sueño que volvía,
era
y
volvía
otra vez a explicar el vacío
donde la gente caminaba sola:
mi mente volvía, mariposa de alambre,
a posarse
en las ruinas
de las cosas
pobres,
de las cosas
inexplicables.
De Yaraví para cantar bajo los cielos del norte (La Habana 2019, Nueva York 2020)
Teorema de la bolsa de compras
La vida es esa lotería donde todos pierden.
Un hipódromo en tu cerebro-
y le apuestas siempre al caballo incorrecto.
La vida llama por teléfono y le contestas en un país remoto.
No respiras sino en esta línea invisible que va de un eucalipto a otro.
Y no entiendo qué significa eso.
Los niños comen sin hablar, ni sentir.
Hay una casa dentro de la casa.
Hay una casa dentro de la mente.
Un corazón dentro de la nevera está sangrando.
Y eso debería decirnos algo de los hombres que lloran
mientras hacen ejercicio.
Una figura transparente cuyos recuerdos son latas como sueños
que, ni siquiera como broma cósmica, estaban por cumplirse.
Esto deberías tatuártelo:
“un niño que se corta los dedos por fabricar cometas
aprende igual a volarlas sin los dedos”.
La mente cuida al que cuida la mente:
arrulla al loco que se encierra.
Soy un niño feliz solo mientras el hombre adulto que seré
me cubra los ojos con una venda roja.
¿Te recuerda esto a una película italiana?
Entonces quizás eres de mi época,
y veías cine italiano pasado por el ojo de Hollywood,
imaginando que las vendas tenían amaneceres dorados
(o gafas de realidad virtual).
Entonces quizás eres de mi época.
O quizás no: ya me veo a la distancia.
Hay trenes. Hay teléfonos, trenes.
Una tijera sirve para cortarse el pelo pero también podría
servir para que la persona correcta
decapite una flor en el camino a casa.
Una flor amarilla, pero negra y quizás un juguete imposible.
La casa retrocede.
Yo soy una persona que solo puede comunicarse con los demás
alejándose de ellos.
Hay colmenas de luz en el camino que lleva del camino
al camino. Y no hay casa, pero hay colmenas de luz y un jardín
donde ves bolsas de basura y un magnolio que parece
el rostro de un niño que cae por la pendiente y sangra.
¿No será que estoy muerto y que esto es un monólogo
desde una urna cineraria sueño?
Quizás en algún lado me espera mi silencio, se propaga,
se presenta en flores, girasol, amarillísimas.
He sido este cuerpo que, lejos de defenderse,
me ataca. Enfermedad de tantas personalidades
donde las células se comen todo proyecto y destino.
Y canta un tango sideral, mi sueño,
un tango infinitesimal en ángulos de luz chorreada
que lentamente caen en una botella transparente.
Pertenezco a varios universos, pero claramente no a éste.
Señorita realidad, le pido incluirme en su historia de límites
donde hay personas que me atacan a la hora precisa,
donde los árboles me atacan o me sobreprotegen
como a ese perro negro que cuenta las estrellas.
Infinito de Junio:
Un bosque crece en los límites del bosque
y anula el primer bosque. Así, llorarás,
con piedras en los ojos, con manos en las nubes
que recorren la noche. Así, lloraré,
cuando volvamos a vernos, en ese nunca
recubierto de flores. ¿Te imaginas,
lo que hubiese sido nuestra vida
si nuestra vida hubiese sido nuestra?
Algo ligeramente hermoso. Una casa vacía
donde un cerdo celeste recorre mis dibujos,
donde el paisaje siembra su paisaje
y la muerte no existe.
De Cuaderno de Yorkshire (Valencia, 2018)
Juan José Rodinás nació en Ambato, Ecuador, en 1979. Estudió literatura y periodismo en Quito e hizo cursos de traducción en Madrid. Obtuvo un doctorado en Estudios Hispánicos en The University of Leeds con una investigación sobre poesía uruguaya y ecuatoriana. Ha publicado Los rastros (2006), Viaje a la mansedumbre (2009), Barrido de campo (2010), Código de barras (2011), Cromosoma (2010, 2011), Estereozen (2012, 2015), Anhedonia (2013), Kurdistán (2017), Cuaderno de Yorkshire (2018), Un hombre lento (2019) Yaraví para cantar bajo los cielos del norte (2019, 2020). Además, ha reunido su trabajo en antologías personales como Los páramos inversos (2014), 9 grados de turbulencia interior (2014) y Koan Underwater (traducción al inglés de Ilana Dann Luna, Phoenix, 2018). Ha obtenido numerosos premios, entre los que destacamos, el Premio Casa de las Américas 2019. Como traductor publicó el libro Una cosa natural. Veintinueve poetas norteamericanos.
La composición que ilustra este post fue realizada a partir de un fragmento la obra Excusas de la artista Camila López