Luis Camilo Dorado Ramírez
Se reunieron los jurados internacionales María del Carmen Colombo de Argentina, Tobías Burghardt de Alemania y Nelson Romero Guzmán de Colombia desde Buenos Aires, Stuttgart e Ibagué, respectivamente, para honrar por unanimidad la calidad literaria del libro titulado Lo que se desvanece de Luis Camilo Dorado Ramírez, libro ganador del I Premio Nacional de Poesía Henry Luque Muñoz Sub 35. Tenemos el gusto de compartir en este número un puñado de poemas de nuestro libro galardonado.
Retazos
Siempre conservaste los retazos
de cada prenda que cortaste
hasta llenar de tela
todos los canastos y baúles
en el cuarto de costura.
Dobladas entre muchas otras mangas
escondes el recuerdo de mis manos
cuando jugaba con tus tizas.
No sé qué secretos guarden
las prendas de algodón
qué cinturas esconden las pretinas.
Todas esas bolsas
comprimidas en cajones
que con los años se convierten
en una colección inútil de despojos
esconden rostros encriptados
en cada cuello de camisa.
Llevas noches
armando un inventario de retazos
para esconder del tiempo
lo que nosotros perdimos con los años.
Solo tú sabes
en qué cajón
guardaste nuestra infancia.
Herida de guerra
En la huerta
bajo los maizales
imaginé los campos y las cordilleras de Corea
desembarqué mis soldados
bajo la sombra verde de las cañas.
Repartía mis tropas en surcos de tierra
y pensaba cada tarde
diferentes estallidos
gritos distantes
ciudades de ceniza.
Abandonaba las tropas
sin evitar la desaparición
y los sobrevivientes
nunca ofrecieron resistencia
a mi guerra imaginaria.
El abuelo
no se enteró de mis cuarteles
no supo cuántos hombres
replicaban sus historias.
Hoy me lamento
por haberlos olvidado.
Tendrían otra opción
otros oficios, diferentes a la guerra.
1992
Hubo noches
en que las velas
se perdían de los cajones
y de uno en uno
nos turnábamos la luz para caminar al baño
mientras los demás
esperaban el segundo hervor de la olleta
alrededor de la estufa.
El fuego de la vela
no era el mismo del fogón
aunque pequeño
algo escribía en el aire
algo grande
como las sombras que dibujaba
detrás de todas las cosas.
Quizás escribía en las pupilas detenidas
las historias que luego contaría mi madre en la cocina
cuando la luz
buscaba su boca
para encenderse allí.
Mientras tocábamos la cera con la punta de los dedos
imaginamos que una noche cualquiera
podría ser el inicio del final de los tiempos
la mañana siguiente
nunca hubo oscuridad.
Ya no suelen ser frecuentes los apagones
y cuando suceden
ya no tenemos la necesidad de bajar a la cocina
ni de buscar velas.
Cada quien
usa su Smartphone
para disipar la oscuridad.
Maneras de cortar la hierba
I
Hoy
cuando las podadoras despiertan el aroma oculto de la hierba
reaparecen los campos que ayer cortamos
el murmullo de la hoz y del machete
que perfuman la mañana de domingo.
Segábamos la hierba
que abrazaba persistente la madera
las orillas del camino
Con las rodillas hundidas en la tierra húmeda,
al apretar lo que nuestras manos de niños alcanzaron
zigzagueábamos las hoces
y abanicamos el hedor verde
con movimientos imprecisos.
Los reflejos
que en su hoja de hierro eran débiles hasta entonces
desaparecieron bajo el manto rojizo
con que el tiempo cubre
todas las cosas olvidadas.
II
El aroma de la hierba
se aleja de las podadoras
cuando el viento las alcanza.
En casa
no sucedía lo mismo.
Los abuelos
abanicaban la hoz y los machetes
para entregarnos en el aire
el perfume de la tierra.
Con mi hermano
abrazábamos el pasto de la orilla
y el olor
nos duraba hasta la tarde.
Nos gustaba oír
la cadencia diferente de los cortes
y entregar al ganado
las brazadas de hierba
como una ofrenda vegetal
recibida con la indiferencia
propia de las vacas.
En los parques recién cortados
todo el pasto es compactado en bolsas negras
el recuerdo distante
desaparece con ellas.
Con el tiempo
persiste el sudor de los abuelos
sigue vivo
en el óxido que cubre la herramienta.
Perspectivas
Veo la mañana
en la córnea inmóvil de una vaca
mientras abanica las moscas en su cadera.
Y diminuto
en una posición igual a la mía
veo un niño que me mira
dentro de su ojo gigante.
Luego de observarnos
nos despedimos
yo regreso a casa
y él se esconde de nuevo
en alguna parte de la vaca.
Luis Camilo Dorado Ramírez nació en Bogotá, Colombia, 1985. Es maestro en artes plásticas de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Mención en el Concurso Nacional Casa de Poesía Silva “La poesía, pintura que habla” 2017. Finalista del premio Nacional de libro de Poesía ciudad de Bogotá 2020. Finalista del Segundo premio Internacional de Poesía Vicente Huidobro 2020 con su libro Migraciones. Valparaíso Ediciones. (en proceso de publicación). Varios de sus poemas han sido publicados en diferentes medios, tanto virtuales como impresos. En 2019 fue incluido en las antologías “Nuevo Sentimentario” editorial Luna Libros y “Pecados Capitales” Ediciones Exilio.
La composición que ilustra este post fue realizada a partir de una ilustración del artista Tulio Dias