Mariela Dreyfus
Invierno
Tenso es el instante en que una fría desesperación precede a la muerte.
Tenso el instante en que abismo y alivio nos llaman con una misma voz.
Era brillante, bella y arriesgada; de niña
la mística la hirió con ardor silencioso y su padre el ausente
asumió la apariencia de un gigante maravilloso y vil.
Después la sedujo la poesía
–esa diosa evasiva que puede ser cruel–
y empezó el febril recorrido:
la escritura febril, el febril matrimonio y los partos febriles
–una pareja de bebés a los que alimentó
pesada cual vaca y envuelta en su bata floreada–
enredando el amor, persiguiendo una inútil metáfora.
Meses de locura, de alegría, de insomnio.
Hastío más humano más viento más desolación.
Y el invierno más crudo adherido a los huesos.
Era el minuto exacto para el discernimiento.
Los copos de nieve lanzaban su espesor contra lo amado.
Ella dio una mirada de reojo:
un insistente llanto resbalaba en su pecho sin transmitir calor.
Dos décadas y dos intentos; ¡basta!
A veces, toda una vida errante se cifra en una sola pregunta
sin respuesta: “¿Es por esto que hemos existido?”.
Hora de descansar: el silencio se clava en el ojo del tiempo.
Ella pasea por última vez su terca y pesada soledad en los pasillos.
Su soledad, caracol que se enrosca sobre el pasto de los indiferentes.
Alguien vendrá –o no vendrá– a sofocar este aire que aturde.
Y luego es Sylvia la que pulsa extasiada el botón de su última puerta
y en la entrada de un horno deposita las penas de su memoria ardiente.
La que acaso descansa y nos lega un secreto que nos cubre de culpa.
Bucólica
Esto es lo que seduce aquí en el bosque:
en las noches sedientas deste agosto
podemos asomar a la terraza
–la tela metálica es el límite
entre el canto del bicho y su aguijón ardiente–
y en la mesa, coja y raída en su madera
colocar el licor que como un río
nos mece y nos empapa y nos devuelve
a una diáfana orilla entre las piedras
primitivos y locos de cabellos al viento
sentados a horcajadas en el otro
desnudos sin prudencia ni piedad.
Mi amor escancia el vino con dulzura
el talle de cristal aquí es mi talle
la base tan suave y tan redonda
mis caderas que el tacto desvanece
mis formas se diluyen mientras bebe
me vierto y adelgazo y agiganto
soy el lecho y el lodo y la corriente
el viento que empozado ya no gira
soy la humedad, el calor y cierto frío
que recorre las venas al cumplirnos.
Soy la sombra que niega y también da
y el beso del insecto en el alambre.
Marina
ésta es la danza con el mar
la eterna danza la macabra
espejo del atardecer
líquenes enredados a mi cuerpo
como un cordón umbilical
el mar me abre su vientre
me cobija sus olas son el amarillo
maternal esa caricia lejana
ya olvidada entre las olas
soy la niña del mar su criatura
de piernas recogidas y pulgar en el labio
el mar me lleva avanzo entre las rocas
lado a lado los ojos entreabiertos
a la izquierda el sol rojizo a la derecha
la medialuna pálida me observa cubre
mi negro omóplato en el mar
me copio y me recreo soy narcisa
Instantánea
¿Es eso ahora, mamá:
una fotografía colgada en la pared o de pie en la repisa
entre los libros?
La plana filigrana el gesto inmóvil
mamá que ya no puede sonreír (aunque sonríe)
que ya no tiene voz que no se oye
salvo por este ruido acá en el vientre
este nudo que es suyo esta obstrucción
mamá y su colapso en plena vena
un retorcerse suave un grito de dolor siempre discreto
siempre mamá callada sin quejarse
tan en su sitio aún tan solitaria
en la ambulancia el suero la emergencia
mamá y las toxinas los narcóticos
el innombrable opio la morfina
mamá adelgazando en dos semanas
delgadita y marrón entre las sábanas
su mirada que se abre que se cierra
y en la foto sonríe entristecida
ya mamá y sus ojos en el aire
con el gesto perdido con la mano
que me dice un abrazo y abrazadas despedidas las dos
acá en su cuarto mamá yo pequeñita y ella el ángel
eso es todo mamá y un flash que suena.
14.
La muerte se posó en la copa de un
árbol en lo alto del árbol cantó sus
flacas ramas roídas por la estación
del frío el pájaro agorero paca-paca
no dejó de croar pese a la lluvia los
cadáveres se fueron apilando sus
labios ya resecos besaron el fondo
de la tierra la fosa al destaparse olía
como la carne que largo tiempo se
pudre las fotos viajaron del campo
a la ciudad en los kioscos David
ojea las imágenes dedos manchados
de tinta algo de cirujano en la mirada
dirimiendo la hora del deceso la
posición del cuerpo de cúbito dorsal
de cúbito ventral entra la muerte en
nuestras vidas asomamos del colectivo
al bar garabateamos papeles en contra
de los cuerpos escindidos los cuerpos
chamuscados las palabras deben tener
olor a pólvora efluvios de formol deben
llevar algo de sangre entre los bordes
las palabras gotean en la autopsia
revolviendo en la sombra arden
las palabras.
De: Gravedad. Poemas reunidos.
Nueva York: Artepoética Press, 2017.
La poeta peruana Mariela Dreyfus (Lima, 1960) reside en Nueva York desde 1989. Ha publicado los poemarios Memorias de Electra (Lima, 1984), Placer fantasma (Premio Asociación Peruano-Japonesa, Lima, 1993), Ónix (Lima, 2001), Pez (Lima, 2005) / Pez / Fish (New Delhi, 2014), Morir es un arte (Lima, 2010; 2014), Cuaderno músico precedido de Morir es un arte (Madrid, 2014) y Gravedad. Poemas reunidos (Nueva York, 2017). Doctorada en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Columbia, es autora del ensayo Soberanía y transgresión: César Moro (Lima, 2008) y coeditora de los volúmenes Nadie sabe mis cosas. Reflexiones en torno a la poesía de Blanca Varela (Lima, 2007) y Esta mística de relatar cosas sucias. Ensayos en torno a la obra de Carmen Ollé (Lima, 2016). Actualmente es profesora en la Maestría de Escritura Creativa en Español de New York University.
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de:
Incidencias/fragmentos
s/t
Lápiz grafito sobre papel
2021
de © Amadeus Alessandro Longas.