Daniel Florentino López
El viaje de Alice
Hace un año el viaje venía siendo planificado minuciosamente. Patrick Antón y su familia irían en automóvil desde Winnipeg, Canadá, hasta el estado de Kansas en Estados Unidos. Junto a su esposa, sus dos hijos y, Alice, su suegra iniciaron el recorrido según lo previsto. Disfrutaron los paisajes y la cultura de los lugareños, música country, rodeos, vacas, cowboys. Los días no podían ser mejores: soleados y con una temperatura agradable.
…..Todo cambió justo el día que regresaban. Alice comenzó a sentirse mal: opresión en el pecho, dificultades para respirar y mareos. Patrick le dijo que la llevaría al médico. Ella susurró: “Mon chéri, ¿Acaso no sabes lo cara que es la atención médica en Estados Unidos?”. Decidió que prefería hacerse los estudios médicos de rigor cuando estuvieran en su país. Ante este comentario, Patrick y su esposa se tranquilizaron. Le prepararon a Alice un té de azafrán y la anciana se quedó dormida.
…..Después de dos horas de viaje, a uno de los niños le pareció que su abuela no respiraba. Le avisó a sus padres. Frenaron intempestivamente el auto a orillas de la ruta 40. Patrick realizó inútiles maniobras de reanimación. La mujer estaba muerta. Luego de la conmoción y las lágrimas que les provocó esta constatación, pensaron en dar la novedad a las autoridades locales del próximo pueblo. Sin embargo, recordaron que al hacer esta notificación, deberían dejar el cadáver y pagar cifras astronómicas para repatriarlo.
…..Toda la familia conocía el pensamiento crítico de Alice sobre este tipo de gastos que podrían provocar la bancarrota. De común acuerdo, decidieron continuar el viaje.
…..Le cerraron los ojos a Alice y la volvieron a colocar en su asiento. Dudaron temerosamente junto a la ruta. Patrick pensó: “¿Cómo pasar por las autoridades de la frontera?”. Minutos después en completo silencio, su esposa tomó el maquillaje y pintó el rostro de Alice. “Parece dormida, mamá”, dijo el niño pequeño y sonrió.
…..Al llegar al puesto fronterizo, el oficial pidió la documentación de los viajeros, miró el interior del auto y advirtió a Alice en el asiento del fondo.
…..—Que baje, por favor, la mujer también —ordenó el guardia.
…..Patrick miró a su esposa y luego al guardia.
…..—Le ruego, por favor, señor agente, que no despierte a mi suegra —dijo Patrick
…..—Lleva fuertes dolores de cabeza y por fin pudo dormir, señor agente —interrumpió la esposa.
…..El agente rodeó el auto, se asomó al vidrio y puso la palma de sus manos en el rostro para ver mejor el interior.
…..Volvió hasta donde Patrick y su esposa. Selló sus papeles y se los devolvió.
…..—Vuelvan pronto. Serán bienvenidos nuevamente —dijo amablemente el agente.
…..Patrick sonrió aliviado y continuó el extraño y último viaje de Alice.
Un hombre riega las plantas
Estaba orgulloso de los jazmines que había logrado cultivar en su balcón del quinto piso. Los regaba religiosamente todos los días a las primeras horas de la mañana. Pero ese viernes, Octavio Vicentín se quedó dormido, salió apurado y no pudo cumplir con su rutina.
…..Llegó de noche. Luego de cenar se acordó de sus flores y salió al balcón apresuradamente para regarlas, con tan mala fortuna que se le resbaló el balde de las manos y el agua se desbordó. Las gotas se derramaron sobre el balcón del vecino de abajo. El agua oscura cayó justo en el apetitoso sándwich que el hombre se aprestaba a comer. El frustrado comensal vomitó borbotones de violentos insultos y amenazas que alarmaron a su propia esposa y al vecindario. La mujer se asomó y le recriminó su exagerada reacción.
…..Octavio se ató la lengua y no devolvió la puteada. Cerró el acceso al balcón y bajó las persianas. Temeroso de recibir la visita del enajenado, también puso llave y colocó la traba de seguridad en la puerta. Aún así, con la respiración contenida, podía escuchar los alaridos, que ahora parecían estar dirigidos a su esposa.
…..Los otros vecinos oyeron platos, tazas y ollas estrellándose contra la pared. Una pareja de jubilados del 4to B decidió intervenir en defensa de la mujer. Tocaron el timbre del departamento del hombre enardecido. Fueron recibidos a balazos. En breves minutos, se escucharon las sirenas de las patrullas policiales.
…..Al otro día, Octavio, al regresar a su casa del trabajo, se encontró con el vecino del tercer piso molesto porque desde el balcón del cuarto piso le habían caído gotas de sangre.
Pandemia
Cae negra la tarde sobre Florencia. Los cadáveres, ordenados en hilera sobre la acera, esperan la carreta que los pasará a buscar. Francesca mira por la ventana de su casa, mientras dos ratones deambulan por la cocina y las pulgas saltan en el ropero. La joven se santigua y cierra las cortinas.
…..Se va a dormir creyendo que la muerte se queda afuera.
Tanque lleno
Celedonio Martínez viajaba en una ruta patagónica casi desierta con su nuevo auto deportivo blanco. Comenzaba a anochecer. La belleza hipnótica del paisaje, la comodidad del vehículo y la música de Thelonious Monk le impidieron percatarse del poco combustible en el tanque.
…..Cuando se dio cuenta de este detalle, consultó su GPS, pero no tenía señal. De la guantera sacó un mapa. No había ninguna estación de servicio cerca. Pensó que tendría que detenerse, bajar con el bidón y hacer dedo para buscar combustible. Sin embargo, se sorprendió al encontrar en el camino el surtidor de una empresa desconocida. Al llegar, decidió bajar y cargar.
…..—Llená el tanque, por favor —le dijo al muchacho mientras le dejaba la llave y se dirigía al kiosco del lugar.
…..Compró un paquete de cigarrillos y pidió que le indicaran dónde estaban los sanitarios.
…..Entró al baño y vio con sorpresa que el recinto estaba limpio y brillante, como si nunca se hubiera usado. Cuando vació su vejiga intentó salir y no pudo. Se encontró con que la puerta estaba cerrada. El piso de baldosas, entonces, comenzó a temblar. Un agujero negro engullía los inodoros y los mingitorios. Celedonio Martínez comenzó a gritar, pero nadie lo escuchó. El piso, voraz e insaciable, lo devoró lentamente.
…..A la mañana siguiente, ya no estaba la estación de gasolina. En medio del desierto, relucía el auto blanco sin la tapa del combustible y el tanque lleno.
Fantasmas del oeste
Esto ocurrió el 30 de mayo del año 2009. El lugar: la última aula del tercer piso de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. La clase era de Literatura Argentina del Siglo XIX. La tarde pasó de gris a negra en pocos minutos. Un relámpago pareció dividir en dos el cielo.
…..Matías García y sus compañeros esperaban el comienzo de la tormenta o el rugir del potente trueno cuando sonaron las campanas de una iglesia a lo lejos. Marcaban las seis de la tarde. Inmediatamente se cortó el suministro eléctrico y la oscuridad se apoderó del edificio. Los alumnos recurrieron a sus celulares para iluminar los pasillos, pero se dieron cuenta de que no funcionaban. Las baterías estaban muertas. Luego de unos minutos de caos, el profesor Gustavo Petrilli dio la orden de evacuar.
…..Al traspasar el umbral del portón, se encontraron en lo que parecía un pueblo desconocido. Vieron con asombro que habían desaparecido los edificios. Uno de los estudiantes señaló a un grupo de hombres que usaban sombreros de copas. Matías García le preguntó a un policía en la esquina: “Disculpe, agente, ¿en qué barrio estamos?”. El policía resopló: “¡En Caballito!”. Deambularon por la calle Rivadavia fascinados por los coches tirados por caballos.
…..Era tanta su perplejidad como la de los vecinos que los observaban con ropa y cortes de pelo de otra época. Vieron las vías y la estación del reluciente tren del oeste. Sobre la calle Bogotá, se burlaron de un lechero rabiando en italiano. Luego notaron que los parroquianos, al verlos, mudaron su rostro de asombro a terror, como si estuvieran en presencia de fantasmas. Fue en ese momento cuando Matías García, al pasar por un puesto de revistas, leyó la primera página del diario La Nación de 1889: “¡Extrañas apariciones y desapariciones en Caballito!”.
…..Matías García decidió tomar el liderazgo del grupo: “Creo que debemos regresar de donde salimos antes de que toque la próxima campanada”. El desorientado grupo acató la orden e inició la marcha.
…..Llegaron justo para las campanadas de las 19 horas. El portón apareció y se abrió de nuevo. Una alegría enorme se apoderó de ellos. Sin embargo, como si se estrellasen con una puerta invisible, no pudieron entrar al edificio de la Facultad. Estupefactos y casi en lágrimas veían todo lo que acontecía del otro lado.
…..Gritaban y gritaban, nadie los escuchaba ni podía verlos.
De La tarde del telón azul, Buenos Aires, 2020.
Daniel Florentino López nació en San Fernando, Provincia de Buenos Aires, Argentina, en 1965. Es Licenciado en Ciencia Política. Especialización en economía política y economías asiáticas. Es docente en la Universidad de Buenos Aires y la Universidad del Salvador. Conductor del programa radial De relatos, música y poesía. FM Marín. Es miembro de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE). Sus obras publicadas de narrativa son El domador de recuerdos y otros relatos (Buenos Aires, 2016), Alguien golpea la puerta y otros relatos (Buenos Aires, 2019), La tarde del telón azul y otros relatos (Buenos Aires, 2020, Oilimé, el chico increible (Buenos Aires, 2021) y los poemarios Palabras que regresan (Buenos Aires, 2017), Buenos Aires- Tokio (Buenos Aires, 2018). Su trabajo ha sido reconocido con varios premios.
La composición que ilustra este post fue realizada a partir de una ilustración de la artista Angela Deane