Deiver Andrés Juez Correa
Curaduría de David Lara Ramos
Editor de Crónica Abisinia Review
Deiver Juez es un joven escritor que regularmente escribe cuentos, algunos de ellos publicados en antologías nacionales y regionales en Colombia. Hace unos dos años, comenzó a escribir la historia de un pescador llamado Santander. En 2023, la crónica resultó ganadora en la convocatoria de talleres de escritura creativa Relata del Ministerio de las Culturas de Colombia.
La pesca artesanal ha sido una de las principales actividades económicas en los territorios del Caribe colombiano; durante años, esta práctica ha garantizado la seguridad alimentaria de muchos pueblos y municipios costeros. En ciudades como Cartagena, cuyas áreas de desarrollo se orientan al turismo, la industria petroquímica y el sector portuario, aún se conserva esta práctica artesanal como una actividad que contribuye al sustento y sostenimiento de algunos cartageneros. El señor Santander, conocido como Santa en el barrio La Esperanza, en el sector Puerto de Pescadores, forma parte de un pequeño porcentaje de cartageneros que todavía se dedican a la pesca artesanal. Con cincuenta y ocho años, es pescador en la Ciénaga de la Virgen. Allí trabaja en una lanchita de fibra con trasmallos que él mismo teje. Sin embargo, antes de dedicarse a la pesca artesanal, trabajó como tripulante en los buques de Vikingos S. A., una compañía fundada en 1968, pionera en la industria pesquera en Colombia.
…..Comenzó a trabajar en Vikingos en 1980, a los diecinueve años. El capitán de un buque de la empresa lo invitó a trabajar con él. Así, Santander decidió embarcarse en su primer viaje. Empezó como ayudante de los tripulantes del barco. Tenía que prestar apoyo a sus compañeros en todo lo que necesitaran: aseo, cocina, mantenimiento, refrigeración, etc. Si alguien necesitaba ayuda, era él quien acudía.
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La empresa Vikingos practicaba la pesca de arrastre. Las redes se ataban a guayas y winches que, acoplados a una máquina que operaba como grúa, sumergía el equipo de pesca en el fondo del mar. Después de unas horas se subía de nuevo a la superficie para sacar el producto. Como el Instituto Nacional de Pesca y Acuicultura (inpa) tenía prohibido a las empresas pesqueras capturar especies protegidas como delfines y tortugas, las redes se diseñaban de tal manera que los peces grandes, en caso de quedar atrapados, pudieran escapar fácilmente. En casos fortuitos, si alguna tortuga se enredaba, se regresaba nuevamente al mar (de no hacerlo la empresa podía ser multada). Lo mismo ocurría con los delfines; mientras que los tiburones casi nunca se dejaban capturar porque, cuando se enredaban, destruían las mallas.
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Después de unos años como ayudante, Santander se convirtió en el cocinero del buque. No se le daba muy bien la cocina, pero con el tiempo aprendió a «defenderse» como cocinero, tenía que estar constantemente preparando comidas para los seis tripulantes de la embarcación: capitán, jefe de pesca, maquinista, redero, bodeguero y ayudante. Aunque le gustaba su puesto como cocinero, aún tenía mayores expectativas.
…..Su ascenso en el barco, aunque gradual, era casi seguro. Solo le tomó unos pocos años convertirse en el nuevo bodeguero. Su trabajo consistía en clasificar y organizar los productos en los compartimientos de la bodega: camarones, peces pequeños o grandes, calamares, pulpos, langostas, etc. Como bodeguero, el trabajo era más fácil y exigía menos esfuerzo, puesto que las redes se subían cada cuatro o seis horas, lo que le permitía tener descansos prolongados.
…..En el buque, los tripulantes comenzaban la jornada a las seis de la mañana. Si no había producido, tenían la mañana y la tarde libre. Entonces aprovechaban para escuchar música en una grabadora (en el barco había casetes y pasacintas), o jugaban al dominó o a las cartas, y retomaban el trabajo durante el atardecer. En la noche, cada tripulante tenía una guardia de cuatro horas. Se turnaban para levantarse y recoger el producto, clasificarlo y llevarlo a la bodega para refrigerarlo.
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Después de ser cocinero y bodeguero, ascendió a «redero», lo que le permitió ganar el doble de salario. Como redero, su trabajo consistía en coser y remendar las redes utilizadas para la pesca. Así fue como aprendió a coser. En esta posición disfrutaba de más tiempo libre, ya que mientras las redes estaban en el agua no había nada más que hacer excepto descansar.
…..En sus viajes, Santander conoció la gran mayoría de los municipios costeros de Colombia. A modo de recuerdo, recolectaba conchas y caparazones de caracol, de tamaños y colores variados, para llevar a su casa. Él y sus compañeros recorrieron en barco pueblos del Caribe o del Pacífico. Los sábados y los domingos, que eran días de descanso, zarpaban a alguna bahía cercana para comprar víveres y conocer el poblado.
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En ocasiones, cuando iban a la orilla a descansar, grupos de hombres armados les ordenaban bajar, le echaban gasolina al barco y le prendían fuego, o incluso utilizaban explosivos para hundirlo. En ese tiempo se pensaba que era obra de la guerrilla, pero no había certeza de qué grupo delictivo estaba detrás de esos actos.
…..En una ocasión, habiendo zarpado en el Chocó, en la bahía de Triganá, cerca de Capurganá, Santander vio venir a unas veinte o treinta personas armadas con botas de caucho. Se acercaron, pidieron a la tripulación que saliera del barco y se dirigieran a la orilla; lo quemaron junto con otros cuatro barcos. Afortunadamente, a los tripulantes nunca les hicieron daño. Lo más increíble del asunto era que no se llevaron nada del barco o la carga, los quemaron sin más. Se creía que la empresa se negaba a pagar vacunas o extorsiones para transitar y pescar en ese territorio marítimo, pero ningún tripulante tenía certeza de que la empresa estuviera realmente amenazada, tan solo eran conjeturas.
…..Cuando llegó la guardia costera, tres guardacostas les pidieron a los tripulantes de cada barco que entraran al agua a recoger lo que quedaba de los barcos incendiados, ya que los restos no podían quedarse en la bahía. A Santander y a sus compañeros les tocó remolcar los cascos que no se quemaron o hundieron por completo.
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Con el paso de los años Santander ascendió a maquinista. Ya llevaba varios años aprendiendo de a poquito, sus compañeros y el mismo capitán le enseñaban. En este trabajo se encargaba de todas las tareas de mantenimiento y era el responsable de revisar que las máquinas funcionaran en perfecto orden. Para Santander, este trabajo resultaba más fácil que todos los anteriores que había tenido. No tenía que permanecer todo el tiempo en el cuarto de máquinas, debido al calor intenso y el ruido constante, sino que monitoreaba todo desde el puesto de mando. Allí, desde los tacómetros se podía observar todo lo que le sucedía a la máquina. Si surgía algún problema, inmediatamente sonaba una alarma indicando dónde se encontraba el daño.
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Aunque Santander y sus compañeros ganaban relativamente bien, teniendo en cuenta los extensos viajes, y tenían cierta estabilidad laboral que les permitía mantener a sus familias, en Vikingos no tenían un contrato formal, les pagaban un porcentaje según el producto obtenido; es decir, el pago de los tripulantes, excepto el del capitán, dependía de la cantidad de pescado que atraparan. En este sentido, los trabajadores no devengaban un salario base ni había un contrato establecido. El único documento que firmaban era el zarpe, indispensable para autorizar la salida de los buques en Cartagena. Lo firmaban por cuarenta y cinco o sesenta días, que era el tiempo que solían durar los viajes.
…..Su trabajo en Vikingos implicaba trabajar durante meses en mar abierto, lejos de su familia: su esposa y tres hijos. De regreso traía bultos enormes llenos de pescado, camarón, calamar, cangrejos de mar, langostas… que almacenaban en dos congeladores dispuestos solamente para el pescado. Era tanto que su esposa e hijos no podían consumir, así que el pescado se repartía entre la familia y los vecinos.
…..—Cuando yo llegaba de viaje, mi casa se llenaba de amigos y vecinos que venían a saludar, llegaban con una bolsa a buscar pescados. Por eso la gente me conoce en el barrio.
Durante los años en que Santander trabajó en Vikingos, a él y a sus compañeros les ofrecían constantemente trabajos ilícitos como el transporte de drogas. Pero él nunca aceptó, era un riesgo que no estaba dispuesto a correr.
…..—No vale la pena cuando tienes una esposa y tres niños pequeños esperándote en casa—.
…..La Armada Nacional de Colombia realizaba inspecciones constantemente. Los protocolos eran muy estrictos al respecto. Además, el buque contaba con gps y tenían un espacio delimitado del que no podía alejarse. Si el gps mostraba que el buque estaba en áreas prohibidas o demasiado lejos de la costa, el capitán recibía una llamada directamente de Vikingos exigiendo un reporte. Todos los días se reportaba la ubicación del buque, tanto en la mañana como en la tarde. La Armada …..Nacional recibía todos estos informes diarios y conocía la ubicación de los buques. Si el barco desaparecía o estaba fuera del perímetro de trabajo, le exigían al capitán que regresara de inmediato. Había un monitoreo constante.
…..Era normal escuchar historias de tripulantes que transportaban drogas. Algunos nunca tuvieron problemas o lo hicieron antes de que se implementaran tantos protocolos de vigilancia. Pero había noticias de buques pesqueros en los que se encontraban drogas y detenían a los marineros.
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Después de ser maquinista, Santander ascendió a patrón de pesca. Sacó su licencia y pudo salir de viaje dos veces antes de que la empresa anunciara su inminente quiebra. Así, se convirtió en el jefe de los cinco tripulantes y tuvo la responsabilidad de determinar los destinos marítimos del buque. A veces llegaban a los límites con Venezuela, en La Guajira, o se dirigían al sur, en los límites de Colombia y Panamá. Pescaban en varios departamentos del territorio colombiano, pero nunca en aguas internacionales, ya que el buque no tenía los permisos correspondientes para ello. Hacerlo era gravísimo, puesto que violaba la soberanía nacional de los países involucrados.
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Cuando Vikingos se declaró en quiebra, contactaron a sus trabajadores y les notificaron la situación. Desde ese momento empezaron a vender los buques. El lugar donde estaban las instalaciones de Vikingos S. A. se convirtió después en un astillero para reparar y fabricar barcos y lanchas. De ahí que Santander y sus compañeros se vieran obligados a trasladarse a otras empresas más pequeñas que Vikingos, como Océano, Antillana y Pesquero. Pero trabajar como tripulante en estas empresas no era confiable porque no se firmaban contratos, así que, a menudo, les decían a sus trabajadores que no se había obtenido ningún beneficio o que el viaje había tenido pérdidas, y se negaban a pagar.
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Después de veintisiete años trabajando en Vikingos, en 2007 Santander toma la decisión de no trabajar más en la pesca industrial. En cambio, decidió conseguir su propio equipo y dedicarse a la pesca artesanal. Adquirió una lancha y sus propios instrumentos de pesca, y empezó a trabajar de forma independiente en la Ciénaga de la Virgen. El cambio ha sido notable. Antes trabajaba en altamar, ahora lo hace en una ciénaga.
…..El trabajo es más duro ahora. Antes su lugar de trabajo era un buque con suficiente espacio suficiente para descansar, cocinar, etc. En la lancha, en cambio, es todo lo contrario: el espacio es reducido, no hay baño, cama o tripulación. Incluso el producido de la pesca es diferente: hay caracoles, jaibas y camarones, pero los peces no son los mismos. El agua no es la misma.
…..Cuando va a pescar, Santander prepara su comida y la lleva en portas; lleva también frutas, jugo y pan para merendar. Al día siguiente va al mercado de Bazurto en Cartagena a vender el producido de la pesca. En su casa, aún guarda las conchas de caracol que recolectaba en sus viajes. A veces, el olor de los trasmallos y el pescado le recuerda los días y las noches en que navegaba por el mar Caribe como un vikingo.
Deiver Juez Correa (Cartagena, Colombia, 1997). Profesional en Linguística y Literatura de la Universidad de Cartagena. Ganador del XI Concurso Nacional de Cuento RCN-Ministerio de Educación y de la Residencia Artística Colombia-México (Fonca), del Ministerio de Cultura. Becario de Elipsis, programa del British Council para jóvenes escritores y editores. Sus cuentos han sido publicados en antologías nacionales como Colombia cuenta (2018) y Relata (2018). Prepara una colección de cuentos. Deiver hace parte del taller de escritura creativa Cuento y crónica de Cartagena, miembro de la Red Relata del Ministerio de las Culturas.
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de la obra Trapecistas,
material y técnica: hierro tratado, 2017,
del artista venezolano © Daniel Suarez