Rafael Felipe Oteriño
Nos honra publicar este ensayo sobre la relación de la poesía con el creador y su lector. Rafael Felipe Oteriño, autor de una valiosa obra poética en Argentina, nos ofrece con la elocuencia del ensayista y la sensibilidad del poeta uno de los ensayos de su libro recientemente publicado «Continuidad de la poesía» (Buenos Aires, 2020). Agradecemos a Ediciones del Dock, por permitirnos compartir este texto, y animamos a los lectores a adquirir el libro en su totalidad.
Abierto o cerrado, el poema exige la abolición del poeta que
lo escribe y el nacimiento del poeta que lo lee.
OCTAVIO PAZ
I
La poesía no puede ser reducida al léxico ni al tema ni al germen que le da nacimiento, que siempre son más pobres que la experiencia de su lectura. Desde este punto de vista podríamos decir que ella está ahí, a nuestra espera, en condición de víspera de algo que todavía no alcanzamos a ver, pero que se hará patente una vez que lo activemos. El proyecto estructuralista tiende a abordarla desde aspectos prosódicos y cuestiones puramente técnicas —uso de la lengua, preceptiva, deslizamientos metonímicos, creación de nuevos referentes, relaciones entre el lenguaje y la historia— que son articulaciones del poema y no la poesía misma. En efecto, la poesía tiene lugar —ocurre, acaece— al tomarse contacto con el poema en el ejercicio de la lectura. En este orden, es menos resultado de la notación sentimental y biográfica del autor que de las connotaciones alusivas y elusivas que las palabras en danza desatan en el lector. Como se trata de un componente interior del poeta que, por virtud de la escritura, toma forma exterior, lo que el poema expone es la poesía del hecho literario generado en el autor, reproducida por el lector a partir de su participación emotiva y hermenéutica. Dicho con otras palabras: de lo que este hace con el poema.
II
Escritura y lectura de poesía son actos históricos, pero no coincidentes. Primero, es la efusión de impulsos, ideas oscuras, imágenes y sensaciones que impactan en el corazón del autor, a partir de lo cual este da comienzo a la elaboración del poema. Luego, tiene lugar la llegada del poema a la sensibilidad del lector, quien lo retoma y conduce hasta un grado de significación que hace que este se realice —esto es, se vuelva real— en una relación humana directamente emparentada con la fuerza evocadora del lenguaje. De esta manera, la poesía deja de ser una versión mejorada o empeorada de variantes subjetivas del autor, para ser el camino de acceso a un saber no conclusivo, hijo del tiempo, que se cumple inicialmente en el autor, pero que tiene su puerto de arribo en el lector. Lo que revela otra de las cualidades de la acción poética: la ductilidad que le permite ser compartida, completada y, de algún modo, rehecha por el lector, en la tarea de reordenar la experiencia por medio de la palabra.
III
Porque en el otro extremo de la escritura está, en efecto, el lector, haciendo suyo el poema en el acto de la lectura, dándole otros alcances y hasta disintiendo con el autor. Se ha dicho que cada generación debe hacer su traducción de los clásicos, porque cada época impone nuevos patrones de lectura y cada lector vigoriza la literatura del pasado a la luz de su propia experiencia. Y esto es rigurosamente cierto, ya que es en los labios y en el oído del lector donde nace la nueva vida del poema. Allí la poesía sobrevive, y sobrevive porque es repetida por el lector, haciendo de ella un espacio de contacto con el autor. Lugar de encuentro, se le ha llamado a ese sitio. Afinidad ha querido verse en esta coincidencia, en el intento de presentarla desde un perfil psicológico. Lecho, casa, lámpara, universo, que tienen su sede en el lenguaje, podríamos agregar desde un renglón metafórico.
IV
Para que el encuentro entre autor y lector se produzca, la poesía ha de ser compartible, lo cual impone la exigencia de una cierta verosimilitud. Que sea creíble por el lector y que este se sienta de algún modo contado por el poema. Que ese universo le pertenezca o se ofrezca a él como una expectativa. Que las imágenes que dispara lo conmuevan o perturben, que no le sean indiferentes ni en su progresión sintáctica ni en sus simpatías sonoras. Cuando esto se logra, el poema habrá alcanzado su cometido. Afirmado en su soberanía verbal, el autor se habrá desdoblado en el hablante poético; la historia contada se habrá convertido en acontecer literario; la inspiración, en magia técnica; los sobreentendidos y silencios, en efectos de una verdad compartida. Y así el lector llega a comprobar que el mundo llamado «espiritual» no es tan platónico (en el sentido de seráfico) como creía. Que estaba unido a las palabras y dependía directamente de los árboles, las estrellas, el silencio de las noches y la trayectoria auspiciosa del sol en las mañanas. Que estaba a su lado y seguía sus pasos como un ángel custodio.
V
Se trata de un encuentro con las palabras no equiparable a ningún otro encuentro con el lenguaje. A fin de que esta cita se cumpla, el lector se apresta a que las palabras vibren y signifiquen de una manera particular. Vibren por lo que significan y signifiquen por lo que vibran. Se trata de palabras que suenan y de sonidos que se abren al diapasón del sentido. A partir de lo cual, el lector intuye que, hablando de sí mismas y del mundo al que presuntamente se refieren, esas palabras también hablan de él. Y no se equivoca. Superpuestas a dicho mundo, expandiéndolo y engrosándolo, afirmadas en su composición visual, sonora y semántica, las palabras del poema crean el umbral al que el lector se aproxima y del que se aleja de continuo, como señala Seamus Heaney. De ahí que la poesía invita a una lectura y a una escucha atentas, puesto que sus contenidos están en las propias palabras escogidas por el poeta, en sus enlaces y asociaciones, en los renglones escritos y en los espacios en blanco de la página (en los que se escucha la voz del silencio).
VI
Uno de los recursos de la poesía es la metáfora (decir una cosa en términos de otra), que tiende a darle al discurso una representación figurada. Otro es la metonimia (designar algo con el nombre de otra cosa). Otro es la musicalidad (ese modo particular de enlazar las palabras y las frases dentro de una cierta armonía). Gracias a la métrica y los acentos, aliteraciones y ritmos que de ellos se derivan, y en los que no quedan abolidos los diferentes pasos de la composición, el lector retoma el texto y lo completa, hasta el punto de suspender la distinción entre el autor y su propia persona. La ausencia de cualquiera de esos componentes (a los que podemos agregar la sinonimia, la comparación, el oxímoron) altera el valor poético. No al extremo de su pérdida, pero sí en cuanto a la dirección de su marcha por otros carriles: el poema dirá otra cosa y con otros alcances.
VII
Cuántas veces el poema se muestra a sí mismo como una metáfora, con el efecto de emplazar una realidad singular. Desde el título que lo preside o desde la primera línea que encierra la idea, e inclusive desde la imagen unitiva que reproduce la lectura, estrecha de tal modo la distancia entre la realidad y su representación que el desarrollo ulterior no es más que la prueba de su realización. Alegoría, universo anhelante y pluridimensional, como el de aquellas inscripciones de la Antología Palatina fijadas en monumentos y lápidas sepulcrales, que no nacieron para integrar el Parnaso y que ahora son leídas como piezas literarias. Incorporando al lector como doliente, sus dísticos —normalmente de tono elegíaco— cumplen las notas de intensidad, concentración y velocidad de impacto atribuidas a la poesía y con las que dialoga el lector:
Orfeo debe a su cítara el honor del que goza,
…………………Néstor a la elocuencia de su palabra dulce,
Homero el divino a sus versos ensamblados con arte;
…………………Teléfanes, aquí sepultado, a sus flautas.(inscripción en la tumba del flautista Teléfanes, siglo IV a.C.)
Los tres primeros renglones del epitafio fueron escritos para contrastar con el cuarto, que contiene el vocablo sobre el que gira el conjunto: el sustantivo flautas del verso final. En esa palabra está contenida la síntesis que llevará en su memoria el lector (ya sea el viajero de la antigüedad o el lector presente). Aquí yace Teléfanes: músico.
VIII
El poema organiza todos aquellos elementos de una manera sorprendente, dando lugar a una realidad verbal que se superpone a la realidad contingente. Los saltos del pasado al presente, la organización del recuerdo, la unificación de lo múltiple, la creación de futuro en muy pocas líneas, hablan de atributos que transmiten una información del espíritu que cualquier otro registro lingüístico demoraría muchas más páginas en conseguir. En solo una estrofa, Borges señala la contradicción de haber sido dotado para el goce de los bienes y la paradoja de no poder ejercitarlos por haber perdido la visión:
Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.(«Poema de los dones»)
No hay metáfora en estas líneas —solo austera dicción acompañada por una musicalidad acotada a la rima consonante entre «reproche» y «noche» y la metonimia de este último vocablo—, pero el enunciado en sí mismo lo es: la «maestría de Dios» imponiendo a la vez los libros y la ceguera opera como un conocimiento revelado en el corazón del lector, que desliza hasta el dominio de lo ineluctable aquello que, para una sentimentalidad menos exigida, sería simplemente expresado mediante la lamentación o la pena.
IX
Poniendo a prueba la condición comunicativa del lenguaje, el poema nace para ser compartido, aunque de hecho esa comunicación no se realice o se postergue durante décadas, como ocurre con aquellos poemas que pierden la hora de su lectura —eso que se llama su «legibilidad»— y que la recuperan luego de un tiempo gracias al «descubrimiento» efectuado por las nuevas generaciones. O con poemas que son rechazados por sus contemporáneos, pero que más tarde se convierten en canónicos por haber expresado —como una anticipación— el tono y las inflexiones de un tiempo y un lector que no supo leerlos (Las flores del mal, tachado de inmoral por la sociedad parisina de mediados del siglo XIX y luego convertido en la primera página de la modernidad literaria; Un coup de Dés, que precisó de todo el siglo XX para ser leído como creación de un absoluto verbal y paradigma de la palabra mediadora entre la cosa y su ausencia. Y lo mismo puede decirse de los autores. Macedonio Fernández, en nuestro medio, es retomado por cada generación haciendo de su descubrimiento un culto y de su proyecto literario una forma en busca de su significado.
X
Leer no es otra cosa que traducir, ya que las experiencias de dos personas nunca son idénticas y la lectura impone una tarea de descubrimiento, coincidencias, afinidades y hasta desencuentros con el autor. Leer es, de tal modo, participar; luego, hacer el esfuerzo por comprender. Decir que el poema puede ser compartido es señalar que el lector toma parte del poema bajo la modalidad de hacerlo suyo mediante la lectura. Como un diario compartido (lo cual parece impensable, ya que el «diario» personal es el relato de mayor intimidad), Alberto Girri habla de la relación entre un hacedor de poemas y otro hacedor de poemas. Desde esta perspectiva, leer es cooperar para que la finalidad de sentido se cumpla. Se trata de una participación de dos que se buscan y que en la letra se encuentran. Porque, claramente, el lector no es un tercero. El lector devuelve realidad el poema en el acto de leerlo —lo reproduce, lo anima—, estableciendo un vínculo creativo con las palabras, sin exigirles la prueba asertiva de lo que dicen. De esta interacción, nace un sentido; mejor dicho, nacen tantos sentidos como lectores. Se ha hablado de resignificar, pero también se podría decir «resucitar», ya que esto es lo que hace el lector: restituir las palabras a la vida del sentido.
XI
Philip Larkin señala que la creación poética está asistida por tres momentos: en el primero irrumpe un concepto emotivo que obliga al poeta a hacer algo con él; en el segundo, el poeta construye un dispositivo verbal que tiende a reproducir ese concepto emotivo; en el tercero surge el lector que activa dicho organismo y recrea lo que el poeta dejó sellado al escribirlo. A partir de este nuevo crear no es difícil comprender que el lector ya no establece diferencia entre lo que pertenece al autor de lo que él mismo incorpora, sobrecargado, como se encuentra, por los mensajes de su propio inconsciente. Se produce una mimesis de la que salen victoriosos: la escritura, en cuanto acto tendiente a volcar en el papel aquel inicial impulso emotivo; el lenguaje, como lugar de encuentro entre dos desconocidos que se buscan; y el acto de leer entendido como práctica revitalizadora.
XII
Cada lectura, cada relectura y cada recuerdo de esa relectura (esto es borgeano) renuevan el poema y también al lector y a su concepción del libro. El poema le ha hablado al lector y el lector se ha reconocido en sus líneas y se siente comprendido en el sentido, la música, la forma, o en todas y cada una de esas potencias a la vez. El lector se ha dejado alcanzar por el poema —se ha dejado decir algo por él— bajo el doble embrujo de haber sido estremecido por las palabras y de verse enfrentado consigo mismo por el impacto de una mirada que, por provenir de otro (que es su alter ego), es siempre, de algún modo, perturbadora. Percibe que el poema le pertenece y que es su destinatario, partícipe y coautor. En su diminuto cosmos, el poema le ha susurrado: «Esto también te concierne».
Del libro Continuidad de la poesía, Ediciones del Dock,
Buenos Aires, 2020
Rafael Felipe Oteriño nació en La Plata, Argentina, en 1945. Publicó doce libros de poesía —el último titulado Y el mundo está ahí (2019)— y los ensayos sobre poesía Una conversación infinita (2016), Continuidad de la poesía (2020) y La palabra iluminada (2020). Su obra poética se encuentra reunida en Antología poética (1997), Cármenes (2003), En la mesa desnuda (2008), Eolo y otros poemas (2016) y Poemas escondidos (2019). «Primer Premio de Poesía» del Fondo Nacional de las Artes (1966), «Premio Pondal Ríos» de la Fundación Odol (1979), «Primer Premio de Poesía» Coca-Cola en las Artes y en las Ciencias (1981/2), «Primer Premio de Poesía» del certamen nacional «Municipalidad Ciudad de Mendoza» (1982), «Primer Premio Regional de Poesía» de la Secretaría de Cultura de la Nación (1985/88), «Konex» de Poesía (1989/93), «Consagración» de la Legislatura bonaerense (1996), «Premio Nacional Esteban Echeverría» (2007), «Premio de Honor» de la Fundación Argentina para la Poesía (2009), «Rosa de Cobre» de la Biblioteca Nacional (2014) y «Gran Premio de Honor» de la Sociedad Argentina de Escritores (2019). Es miembro de número de la Academia Argentina de Letras.
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de un fragmento de la obra Codice sul volo degli uccelli e sugli annodamenti di Leonardo de © Jorge Eduardo Eielson. Agradecemos a Martha L. Canfield, presidenta Centro Studi Jorge Eielson, Florencia, Italia.