César Mora Moreau
Curaduría de Miguel Falquez-Certain
Editor de Literatura Queer Abisinia Review
Dibujo un corazón en el vidrio empañado. Mi dedo se desliza por el cristal del carro, una y otra vez, en un conteo marcado por el latido de las palabras que no pronuncio. Hace unos años, habría escrito mi nombre y el de Agustín dentro del corazón, como parte de un juego infantil en el que fuera posible mantener las promesas de amor. Pero ya no somos niños.
…..Intento concentrarme en el paisaje de afuera, en la forma de los girasoles que se vislumbran detrás de la neblina. No puedo distinguir la silueta de la montaña ni su parecido con un cuerpo tumbado incapaz de levantarse. Me imagino en medio de ese campo de flores, pisando los tallos, las hojas, los pétalos amarillos, sin poder encontrar un camino que me lleve hasta la ladera.
…..—Te llamo en un rato, amor —dice Gus, con una mano en el volante, y yo lo miro. Miro su rostro en busca de una respuesta que llevo esperando desde hace tiempo. Me detengo en la cicatriz de su frente, en la barba descuidada que no tenía cuando nos conocimos. Sigo sin ser capaz de descifrar la tristeza de sus ojos.
…..—¿Todavía me quieres? —le pregunto envalentonado por las cervezas. Él desvía la mirada de la autopista por unos segundos, me sonríe y se queda en silencio.
…..Llevo toda la noche pensando en el amor y preguntándome qué hago aquí, qué me llevó a cambiar mis tiquetes de regreso, por qué lo llamé y le dije que había venido para asistir a una reunión de trabajo.
…..—No sé… pensé que si estabas libre… podríamos cenar, o tomar algo… o lo que sea.
…..—¿Dónde te estás quedando? Yo paso por ti.
…..Durante la espera, recordé la mariposa tatuada en su abdomen. Mis dedos siempre quisieron sostenerla mientras volaba al ritmo de los músculos de su cuerpo desnudo, o arrancarla de la piel cuando me dijo que no quería verme más, con el rostro enrojecido y esa voz cansada que volvía cada tanto.
…..Quise acercarme para abrazarlo. No me moví por el miedo. En el viaje a la playa, él parecía estar bien. Lo recordé con el agua sobre las rodillas y con los brazos extendidos para recibir mi abrazo y el de las olas. Quizás todo había sido una mentira.
…..Pero hoy se veía feliz. Gus sonreía como un niño pequeño al que acabaran de entregarle un regalo. Repetía lo mucho que le alegraba verme y lo sorprendido que estaba por mi visita.
…..—Yo también te extrañé —dije, intentando contener la alegría que me desbordaba en ese momento.
…..Nos subimos al carro. Antes de arrancar, Gus respondió unos mensajes en su celular mientras yo entrelazaba las manos para controlar los nervios. Traté de no pensar en la persona detrás de la pantalla, ni en su presencia invisible que ocupaba todo el espacio a mi alrededor.
…..Llegamos al Girasol solitario poco después del anochecer. El bar, iluminado por un poste de luz, estaba a las afueras del pueblo junto a un cultivo de girasoles. No se veía ningún otro lugar cerca.
…..—¿Qué quieres tomar? —me preguntó tan pronto nos sentamos en una de las mesas del fondo.
…..—Una cerveza.
…..—¿Alguna en especial?
…..—Cualquiera.
…..Los minutos en que estuvo en la barra me dieron el tiempo suficiente para intentar recobrar el control de lo que estaba sintiendo. Había imaginado muchas veces cómo sería nuestro reencuentro y cómo actuaría al verlo. Me sentía como un tonto, incapaz de decir algo inteligente o gracioso. Pensé que a lo mejor Gus solo me estaba acompañando por cortesía y en realidad prefería estar con otra persona. No le di rienda suelta a mis pensamientos cuando lo vi acercarse sosteniendo dos botellas. Allí seguía su sonrisa.
…..Gus solo se tomó tres cervezas con el pretexto de tener que manejar. Yo, por mi parte, procuré pedir una nueva cada vez que el mesero se acercaba, incluso si no me había terminado la que estaba tomando. No quería irme, así que mientras hubiera alcohol en la mesa tendríamos una excusa para seguir poniéndonos al día con los detalles más tontos de nuestras vidas.
…..No sé de dónde saqué el valor para preguntarle si estaba saliendo con alguien, una duda que venía torturándome desde que lo vi bajarse del carro para abrazarme. Él me miró a los ojos, como si llevara un rato esperando la pregunta, y me dijo que sí, que en unos meses cumplirían cuatro años viviendo juntos. Su respuesta fue como un golpe en el pecho, de esos que te roban el aire, pero sabes que vendrán. Yo le hablé sobre Carlos. No le conté lo aburridas que empezaban a parecerme sus conversaciones ni lo poco que me emocionaba estar con él.
…..—¿Y tú? ¿Sigues queriéndome? —la pregunta me regresa al presente.
…..—¿Tú qué crees?
…..Gus no responde ni me mira. Solo conduce concentrado en el camino. Recuerdo lo mucho que me asustaba la idea de perderlo, de darme la vuelta en la cama y ver un espacio vacío a mi lado. Sabía que, al cerrar los ojos, él seguiría acostado boca abajo, abrazando una almohada. …..No quería olvidarlo, olvidarme del sonido de su voz, de su olor en las sábanas y en mi cuerpo. Lo imaginaba despertándose en medio de la noche, buscando sus zapatos en el suelo y caminando muy despacio para que no lo escuchara irse.
…..También recuerdo el dolor que sentí al ver las ojeras que ocupaban gran parte de su rostro. Recuerdo la furia de sus palabras cuando me dijo que no quería verme más. No era la primera vez que la enfermedad tomaba su cuerpo, pero nunca me había hablado de esa manera. Tiempo después supe que antes de mudarse con su papá, estuvo internado varias semanas en una clínica. Enterarme de esa noticia hizo que tuvieran sentido muchas de nuestras peleas y me devolvió las ganas de querer verlo de nuevo. Repito mentalmente las razones por las que me obligué a no regresar ese día, ni los siguientes, cuando se plantó en la puerta de mi casa para que lo dejara entrar.
…..¿Cuántas fueron las mañanas en las que acaricié la mariposa de su piel hasta hacerlo sonreír?
…..¿Cuántas las noches en las que besé su espalda, su cuello, su boca, para que se levantara de la cama?
…..Reconozco la calle por la que cruzamos y veo el edificio. Siento una opresión en el estómago por la despedida que se acerca. Gus se estaciona en frente del hotel. Escucho su respiración entrecortada a mi lado y me doy la vuelta para encontrarme con sus ojos.
…..—Me gustó mucho verte de nuevo —la frase suena forzada cuando la pronuncio.
…..—Si se suponía que me querías, ¿por qué no te quedaste? —pregunta de repente. Las palabras salen con rabia de sus labios. Me mira con los ojos llorosos, antes de volver a mirar al frente.
…..—¡Me echaste de tu casa! —digo, levantando el tono de voz—. ¿Cómo crees que me sentí por todo lo que me dijiste?
…..—Yo sé, yo sé —Gus se aferra al volante con las dos manos—. No quería desquitarme contigo… Es que… sentía tanta impotencia… No sabía qué hacer…
…..Extiendo mi mano hasta su mejilla húmeda por las lágrimas. Lo acaricio y, al hacerlo, casi parece que me estuviera acariciando a mí mismo. Cuando estábamos juntos me gustaba imaginar a Gus como un espejo en el que podía reflejarme. Mis caricias en su cuerpo eran iguales a las suyas. Ahora él también me acaricia, sostiene mi muñeca y la presiona contra sus labios. Busco la mariposa debajo de la ropa haciendo caso omiso del timbre de su celular que empieza a sonar.
…..Todavía nos quedan unas horas.
Inédito.
César Mora Moreau nació en Barranquilla, Colombia, en 1995. Comunicador social y periodista. Es autor de las novelas Al final, el océano (2019), que ocupó el primer lugar en el Premio de Novela Distrito de Barranquilla 2019, y Siempre nos quedará Bogotá, finalista del Premio Nacional de Novela Corta 2018 de la Universidad Javeriana. Su libro de cuentos Alas para lanzarme de un puente y volar (2021) fue ganador del Portafolio de Estímulos 2020 en la modalidad de narrativa.
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de la obra
«Noche con perro»
Dibujo a tintas sobre papel, año 2019,
de la artista © Alejandra Carabante