Rafael Felipe Oteriño
Nos complace compartir este conjunto de poemas del maestro argentino Rafael Felipe Oteriño, a quien se le adjudicó en 2023 el Premio Dámaso Aloso. Los poemas pertenecen a sus dos últimos libros: Y el mundo está ahí (El Zorzal, 2019) y Lo que puedes hacer con el fuego (Pre-Textos, 2023). Nuestro autor ha publicado trece libros de poesía y es miembro de Número de la Academia Argentina de Letras.
Vuelves a esa ciudad
Vuelves a esa ciudad que te llama detrás del humo.
En las rutas, en los peajes,
en las salas de los aeropuertos y en las filas de embarque,
adonde quiera que vayas, vuelves a ella.
Y en cada regreso
retorna su aroma, la feria de los jueves,
el tren de las cinco.
Ciudad recurrente en la que confluyen todas tus edades,
aunque tu cuerpo no esté allí para alcanzarla.
Como un trozo de tela que guarda el color de la infancia,
como una piel que no se puede ver ni tocar
si no es con el monólogo de los ojos cerrados.
Los teléfonos siguen sonando, las jarras se llenan solas.
En ella obran la perspectiva, no la distancia;
los tazones humeantes, no los inviernos.
Ciudad tuya, mía,
sin coordenadas fijas en el mapa,
reaparecida en todos los rincones.
Ciudad en la que te adivinas como ante un espejo,
que te sigue con su penitencia y su lágrima.
(Yo buscaba extraerle palabras
y las palabras estaban escritas en los cuadernos escolares,
en las cartas extraviadas y en el interior de los libros.
No eran palabras para conversar,
sino para permanecer abstraídos, sin mover los labios).
Ciudad de puertas entornadas,
de secretos hundidos como galeones.
Ciudad que te persuade a mantenerte en pie,
bajo el diluvio de las hojas caídas,
haciendo muescas en los árboles,
hablándole a los hijos con retazos.
En el océano de los días, dejando señales.
Sólo instantes
No hay vuelta atrás.
Sólo instantes, nubes de agua
y lagos escondidos
en los que se oye, implacable,
la misma canción:
el favor del viento, telones súbitos,
la hora incierta de volver a casa.
Y no quieras fijarlos
en una letra definitiva:
se esfuman, y en un segundo,
que dura una eternidad,
se han perdido,
acunados por el fruto breve
de su breve consumación.
Hijos del relámpago,
nos despedimos de todo aquello
que permanece igual:
la mudez de las piedras,
el vallado de la casa,
ese otro puerto -la noche-
que no terminamos de soñar.
No hay vuelta atrás.
Ni en el ojo de la cámara
ni en la encrucijada de caminos
ni en el consejo
de un padre al hijo.
Sólo instantes.
Y la burbuja de la mente aquí abajo.
Acto de fe
Me aferro al rayo de sol, al grano de arena,
a la nube que cruza de oeste a este.
Me aferro al agua que bebo y a la tierra que piso,
a la corteza del árbol y a la raíz.
Me aferro al mes de julio,
a las páginas del Quijote,
a la lluvia lenta y a la pajarita de papel.
Me aferro al ámbar, al lapislázuli,
a las vetas de la madera,
a la piel del durazno y a la oración.
Me aferro al fagot grave, al solo de violín,
al Adagietto de Mahler.
Me aferro al mar porque es mar
y a la roca porque es roca,
al laberinto porque me extravía
y a la línea del horizonte porque me llama.
Me aferro a las enumeraciones,
a la cifra exacta, al número impar.
A la niebla
que pronuncia, en sus intervalos,
el nombre de Dios
y deja al descubierto una gran colina blanca.
Me aferro al viento,
a la noche oscura, a los senderos de grava.
Al viento, al viento
que desespera en las hojas
y borra, con misericordia, todas las señales.
Una tormenta amigable
Y como en un ars amandi, los extremos tienden a unirse;
el suelo bajo los pies se convierte en un plano inclinado
por el que sientes la caída como un desplazamiento;
lo alto y lo bajo, lo realizado y lo inconcluso,
comienzan, ya sin testigos, su lenta marcha.
Así comprendes que no era imperioso apurar el paso,
que la cosecha sería, igualmente, pródiga;
como diciendo: no es esto lo que buscabas,
pero al final está en tus manos la rosa de los vientos,
acaso para que sepas que no era posible llegar más lejos.
Y eso ocurre con la forma de una tormenta amigable,
con la caricia de una hoja que se apoya en la cara:
como en un ars amandi que recoge sus cenizas
y las arroja, sedientas de luz, a lo abierto,
mientras todo lo que comienzas a olvidar se reinventa.
El día en que tu vida
El día en que tu vida se proyecta
en la vida de otros: José, el jardinero;
Gabriel, el que barre el salón.
Los verdes se fueron cerrando,
la luna partió en la dirección presentida,
y como un piano que nadie toca,
la música se empieza a oír de más lejos.
En la pared del fondo: el mapa
de una ciudad a la que no has de volver;
las hojas de hiedra: un vocabulario de letras chinas
que amenaza con cubrirlo todo.
Es la hora tardía, contra la muerte,
en la que se borran los signos anteriores,
dejando en su reemplazo banderas blancas.
Contarlo todo de nuevo, pero contarlo distinto.
Tal es el desafío: reinventar el sol
allí donde otros soles disputan
su trayectoria en la casa.
Dos palabras graves junto a una aguda,
un lenguaje recién nacido
formulando de nuevo todas las preguntas.
El día en que tu vida se proyecta
en la vida de otros: José, el jardinero;
Gabriel, el que barre el salón.
Las nubes celebran el comienzo de algo,
las golondrinas cruzan con sus vuelos rasantes,
el rocío se levantará sin dejar huellas.
Un lugar seco y limpio
Como la roca que emerge del agua
cuando el mar está quieto,
y recuerda, en su impasibilidad,
batallas anteriores,
resistes, te haces fuerte,
mientras la tormenta empuja raíces,
telas desgarradas,
restos de naufragios.
El mar te moja,
e igual que la roca,
defiendes un lugar seco y limpio
donde afirmarte
y una estrella encendida.
Aquí, allá o más allá.
Y resistes, sacas fuerza
(enternece comprobar con qué ardor
sacas fuerza).
Como en la infancia,
cuando escuchábamos una historia mala
y a continuación otra buena
para animarnos.
Hacer tablas
Ética mínima:
no vencer ni ser derrotado.
Comenzar de nuevo.
La aurora y el poniente
en el mismo abrazo.
Hacer tablas.
Una geografía sin héroes.
Me explico:
la dulzura diaria
de mover nuevamente las piezas.
Rafael Felipe Oteriño (La Plata, Argentina, 1945). Publicó trece libros de poesía. Su obra se encuentra reunida en Antología poética (1997), Cármenes (2003), En la mesa desnuda (2008) y Eolo y otros poemas (2016). Primer Premio Regional de Poesía de la Sec. de Cultura de la Nación (1985/88), Konex de Poesía (1989/93), Consagración de la Legislatura bonaerense (1996), Premio Esteban Echeverría (2007), Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía (2009), Rosa de Cobre de la Biblioteca Nacional (2014), Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (2019), Premio Dámaso Alonso (2023). Codirige la colección Época de ensayos sobre poesía, donde se publicaron sus libros Una conversación infinita (2016) y Continuidad de la poesía (2020). Es miembro de Número de la Academia Argentina de Letras.
La composición que ilustra este paisaje de Abisinia fue realizada a partir de una obra
de hierro pintado,
del artista venezolano © Daniel Suarez